Por Sergio Capozzi*.
Para El Federal Noticias
“¿Qué habría pasado si en vez de elegir el Martín Fierro de José Hernández como nuestro libro nacional hubiésemos elegido el Facundo de Sarmiento? ¿Habría tomado otro curso la historia?” Con estas preguntas, el escritor Carlos Gamerro retrotrae el debate sobre cuál es el libro que mejor representa a los argentinos. Una herida jamás cerrada para el mundo literario nacional.

La discusión tuvo su punto más alto cuando, en 1913, el Martín Fierro fue elegido como el Libro Nacional, y dejó al Facundo en un segundo lugar. Y con ello, fueron muchos los que consideraron que la barbarie, representada por Facundo Quiroga, arrebató los sueños civilizatorios a la Generación del 37.
Esta antinomia, civilización-barbarie, ha generado tensiones entre uno y otro modelo de país y ha funcionado para explicar no sólo la literatura nacional, sino también los éxitos y fracasos de la Argentina que, lejos de haber sido superados en tiempos de anarquía, entre 1810 y 1830, volvieron a hacerse presente el 6 de setiembre de 1930, cuando abruptamente se cortó la vida constitucional a través del golpe de Estado que destituyó a Hipólito Yrigoyen.
Argentina vive un microcosmos y nosotros, sus habitantes, nos creemos seres especiales, con dones únicos que nos hacen conocedores de misterios y soluciones que, tal vez un ser superior nos dio en bandeja, pero no nos brindó el instructivo para su debida utilización. Cada uno cree estar del lado correcto, poseer la verdad absoluta y no puede entender cómo es el otro no se da cuenta lo equivocado que está. Unitarios versus Federales, Rosas contra Urquiza, Personalistas y Antipersonalistas, liberales y conservadores, peronistas y antiperonistas. Todos con ideales irreductibles.
Tanto el Facundo como el Martín Fierro tienen un valor esencial: nos brindan un mapa perfecto de la Argentina en el siglo XIX que, lamentablemente, no difiere del actual. Los feudos del siglo XIX se han convertido en provincias, la ciudad de Buenos Aires sigue siendo la urbe macro céfala de la cual emana una fuerza de atracción irresistible. La misma que hace ciento cincuenta años atrajo a Facundo Quiroga quien, en cuanto llegó a la ciudad, se paseaba por sus calles vestido de gaucho pero, rápidamente cambio su atuendo por un traje con levita. Dejó las pulperías para ir a los teatros y tertulias. La misma Buenos Aires a la cual llegó Sarmiento en tiempo de Rosas.
La diferencia entre Quiroga y Sarmiento fue que a éste último no le gustó lo que vio. Estaba convencido que la ciudad tenía mucho potencial, no sólo económico, sino social y cultural. La vehemencia en la exposición de sus ideas lo llevó a pelearse con el Restaurador de la Leyes, exiliándose en Chile para, luego de la caída de aquél, volver a Buenos Aires y desde allí viajar a Europa y Estados Unidos como embajador.
Por esos tiempos, en la macro ciudad gobernaban quienes compartían las ideas de Sarmiento. Tal era así que decidieron que el sanjuanino (que aún estaba en el exterior) fuera el nuevo presidente de la República, sucediendo en ese cargo a Bartolomé Mitre.
Podrían escribirse páginas y páginas sobre su presidencia, influenciada por los ideales volcados por Juan Bautista Alberdi en su obra Las Bases. Los dos pensadores eran partidarios del constitucionalismo, la democracia, la república, la inmigración europea, la educación y el progreso.
Sarmiento fue padre de la Nación a pesar de que, las diferencias que mantenía con Justo José de Urquiza lo llevaron a retornar a Chile. Dos años más tarde, otra vez en Buenos Aires, bregó y fue parte fundamental en la anexión de esta provincia a la Confederación Argentina. Cuando esto se logró, encabezó la campaña hasta Cuyo, donde fue nombrado gobernador.
A mil kilómetros de la capital, se hizo palmaria que la división entre Civilización o Barbarie estaba latente. Sarmiento apoyó la persecución de los federales locales que terminó con la muerte del caudillo riojano Chacho Peñaloza. Este hecho lo afectó tan gravemente que renunció a su cargo y le pidió al gobierno nacional que lo enviaran al exterior.
Cuando asumió la presidencia tuvo que hacerse cargo de la peor de las herencias, una de las páginas más oscuras de la historia argentina: La guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay que, había estallado durante la presidencia de Bartolomé Mitre. Un genocidio que costó la vida de prácticamente todos los varones paraguayos y más de 18.000 argentinos.
Simultáneamente, apareció en escena un ex militar volcado a las letras y detractor del poder de Buenos Aires. En 1872 José Hernández publicó El gaucho Martín Fierro. En sus líneas, así como en su continuación, La vuelta, señalaba las penurias a las cuales estaban expuestos los gauchos. Un mensaje directo a Sarmiento (por entonces presidente) y Alberdi que alentaban la inmigración europea, cuestionando la figura del gaucho. Fierro había sufrido el abuso del poder porteño. Primero lo obligaron a enrolarse, lo cual le costó la pérdida de su familia y sus bienes para luego,ser acusado injustamente de un homicidio. Hambre y destierro fue destino.
Curiosa dicotomía en el pensamiento de Sarmiento. Así como mantenía un encono con los nativos del interior (era descendiente de árabes y españoles), valoraba positivamente a Bolívar. Lo planteaba como un personaje netamente americano que no puede ser entendido por los europeos, y destacaba la importancia de que los americanos construyeran, ellos mismos, su propio saber sobre América. Que no dependieran de la mirada exterior, extranjera. Llegó a afirmar que: “En Bolívar se da la síntesis de todo lo identitario americano.”
Será tarea de sociólogos el descifrar si en realidad la actitud de Sarmiento frente al gaucho era desprecio o, si a partir de lo que él consideraba una realidad, pretendía modificar la dependencia, casi enfermiza, del gaucho con su patrón, para acceder al modelo norteamericano y europeo. Entendiendo la barbarie como un subproducto de la intervención de la civilización en la vida rural y eso era lo que habría que modificar. Sarmiento odiaba al señor feudal.
Entre los que terminaron entendiendo a Sarmiento se encontraba, precisamente José Hernández, que cuando publicó La vuelta, lo hizo desde otro lado. Hernández ya era senador en representación de la ciudad y de los habitantes que antes cuestionaba. La guerra civil había terminado y a Fierro le quedaban dos opciones, continuar huyendo y vivir entre los indios, o volver a sus pagos. El gaucho es una pieza fundamental, con un potente mensaje fundacional de la Nación, no hay que reemplazarlo por europeos sino liberarlo. Que ya no dependa del patrón y que adquiera los conocimientos que el mundo desarrollado le ofrecía. Educar al Soberano, diría su viejo adversario.
Ha trascurrido un siglo y medio desde la publicación de ambas joyas de la literatura. Argentina sigue siendo un territorio de lucha agitada por plumas brillantes: Echeverria, Alberdi, Borges, Lugones, Bioy Casares, Lynch, Walsh, Arlt, Marechal, Puig y muchos más. Un libre pensador debería leer a todos estos autores para con ello obtener una síntesis. Nada es blanco y nada es rojo. Así lo debe de haber entendido Domingo Sarmiento cuando, según la leyenda, ordenó pintar la casa de gobierno de color rosa, para terminar la confrontación entre unitarios (blancos) y federales (rojos).
¿Qué hubiera pasado en la Argentina si hubiese sido el Facundo el libro nacional? No podemos saberlo, tal vez eso ha ocurrido en un universo paralelo. De ser así, nos carcome la intriga, ¿estaríamos peor, mejor o igual?
Un dato curioso y casi olvidado, el primer apellido de Sarmiento era Quiroga, nunca quiso usarlo.
*Sergio Capozzi: Abogado, docente universitario, posee una maestría en Historia Política Contemporánea, consejero del Comité Olímpico Argentino, Árbitro Institucional.