
Por Cecilia Ruiz W.
PARA EL FEDERAL NOTICIAS

Estamos siendo testigos de un cambio de época, una era se termina y ya les voy a dar las razones para decir esto.
Nunca antes desde 1946 el peronismo ha tenido tan baja adhesión y apoyo como ahora. Es evidente que sus principios en algún momento iban a dejar de ser considerados los “ideales” para llegar a la famosa “justicia social”. Para llegar a este momento de descontento y desilusión tuvimos que atravesar diferentes crisis y desencuentros pero si para algo sirven estos fracasos es para aprender, aunque sea un aprendizaje doloroso y lento.
El socialismo del siglo XX nació bajo los dogmas de la distribución de la riqueza en manos de la clase trabajadora y la equidad en las oportunidades para todos pero en especial. Su ideología es básicamente Marxista y con el condimento de la envidia y el resentimiento (algo que desarrollaré luego). Esto es una ironía anacrónica. Estamos hablando de alguien (Marx) que vivió una realidad en el siglo XIX y cuyas ideas pretenden seguir siendo aplicadas en este siglo 21 donde la tecnología y las neurociencias marcan el terreno del desarrollo. ¿Tiene esto sentido? Es como pretender que a las mujeres se las siga juzgando con la mirada de la época Victoriana. Ojo, no estoy diciendo que todas las teorías antiguas son imposibles de defender hoy pero la noción que todos los ciudadanos deben percibir relativamente los mismos ingresos es completamente falsa e ilógica.
Si hay dos personas que se esfuerzan de manera desigual, uno trabajando 12 horas y otro solo 4, ¿deberían recibir la misma recompensa por el mismo trabajo? Es imposible no valorar al que puso más empeño frente al otro que eligió no hacerlo. Además, ya está comprobado que los países socialistas NUNCA fueron sinónimo de crecimiento y libertad, sino de estancamiento económico y persecución al que piense diferente.
El peronismo es socialismo made in Argentina. Amparándose en esa igualdad para todos los trabajadores, ha logrado sostenerse por décadas con el apoyo de los sindicatos, la izquierda y la justicia. Este aparato es tan grande que desarmarlo no puede hacerse en poco tiempo pero la mejor manera de socavar su fuerza es unirnos para sacarle la venda a muchos de sus votantes y así comprendan que la única calidad de vida que mejora es la de los políticos, no la de ellos. Y esto es lo que en muchos sectores está empezando a suceder.
Y luego está el peronismo joven o progresismo cool y la casta. El primero se caracteriza por venerar países como Cuba, Rusia o Palestina y odiar a Estados Unidos pero lo hacen desde la comodidad de su casa capitalista. También detestan los imperios pero se van a vacacionar o estudiar a ellos. El segundo es defendido por el primero pero la diferencia es que ellos odian al capitalismo pero aman vivir de sus mieles y de sus cargos y son capaces de múltiples alianzas y actos de corrupción con tal de seguir viviendo del Estado. Sin embargo, algo los une a ambos: la envidia y el resentimiento hacia los que más tienen y los que más se esfuerzan. Quieren esa vida pero no están dispuestos a sacrificarse para tenerla y les parece injusto que solo unos pocos disfruten ese buen pasar. Por eso los atacan, les ponen impuestos y los tildan de insensibles ante la pobreza del resto y así quedan como unos Robin Hood del subdesarrollo. Mientras, les regalan “su” plata a los sectores vulnerables porque les hacen creer que son dignos de recibir dinero como los ricos pero lo que no dicen es que esta maquinaria los necesita a ellos y el voto pobre para llenarse los bolsillos y así seguir siendo millonarios.
Las marchas organizadas por ciudadanos libres durante todos estos años -cuya última versión se dio el último 9 de julio- es la fuerza que está terminando con este dogma socialista y, por ende, el partido oficialista. Sus cimientos cada vez son más débiles porque la gente está perdiendo el miedo y ya se atreve a exigir explicaciones y cambios de rumbo que saben que no llegarán mientras el peronismo esté en el poder. Esta gente ya vio la misma película muchas veces y es la que está dispuesta a tomar el toro por las astas para refundar el sentido de patria y república. Estos son los ciudadanos que ven más allá de sus narices y quieren un futuro con un plan a largo plazo. Son los que entienden que nadie nos vendrá a salvar, salvo nosotros mismos y que no hay una ideología política más importante que la honestidad y el esfuerzo.
El peronismo es todo lo contrario y por esto, es un obstáculo para el progreso del país. Si los peronistas quieren formar parte de esta reconstrucción de raíz, deberán dejar todo que mamaron y conocieron y eso es muy difícil que ocurra. Si no renuncian a lo que una vez los unió, deberían retirarse del escenario político por un buen tiempo o para siempre. Y, si deciden quedarse, o se mantienen al margen o se mantienen al margen de las nuevas políticas que se establezcan. Si intentan osar poner palos en la rueda al partido de la oposición que gobierne pronto, su destierro sería el destino ideal. Nuestro país ya no tolera más el atraso. Ya no hay espacio ni tiempo para especular.
El momento ha llegado. Una nueva Argentina es posible pero sin Kirchnerismo, sin Peronismo. Por eso repito las palabras de mi título: señores jueces, la sentencia ya se dictó: Peronismo nunca más.