Por Cecilia Ruíz W.
Para El Federal Noticias
De la novela de Juan Rulfo se desprende un relato del cual se puede trazar una analogía con el presente de nuestro país y estos ocho años sin saber quién mató al fiscal Nisman. Para aquellos que no lo leyeron, el libro narra la historia de Juan Preciado, quien inicia un viaje en búsqueda de su desconocido padre, Pedro Páramo, por propio pedido de su madre antes de morir. Casi en forma paralela, la vida de Pedro Páramo es descripta y junto a ella su tiranía ejercida sobre el pueblo de Comala. Cuando Juan llega al lugar, ya sólo quedan ruinas y desolación y su progenitor ha fallecido.
La imagen de éste será construida a través de los testimonios de los fantasmas de los habitantes que no abandonaron aún el mundo de los mortales. Similarmente, la realidad distorsionada que ve la entonces presidenta y hoy vice no es sino un ensamble de distintas voces que la acechan. Aquí, los espíritus que han divagado en Olivos son el miedo, la incertidumbre, plasmados en las marchas que hubo desde 2015, las imputaciones a los funcionarios, las alertas rojas para iraníes, entre otros.
En los últimos tiempos, Argentina se parece cada vez más a esa Comala. En un apartado de la novela, Rulfo escribe que se trata de un pueblo que “ha perdido el paraíso. Sin redención y esperanza posible; sin ley, sin justicia y sin perdón». Paradójicamente, es la justicia como parte importante de la república la que sangra por la herida y su recuperación y transparencia es la encargada de conducirnos a ese pseudo-paraíso llamado democracia plena, el que supuestamente disfrutamos pero, a juzgar por varios acontecimientos aislados, está siendo contaminado.
Y es que este gobierno en casi todos los ámbitos sembró una visión única del presente cuyo argumento de se asemeja al mismo que aplicaba Pedro: aquí sólo yo soy el poder. Como resultado, la sociedad se está haciendo aún oír y no olvida porque sabe que el período post-Nisman fue tomado como un “golpe” directo a la institucionalidad y a la memoria de los fallecidos en el atentado de la AMIA. El fiscal puede decirse que encarna en cierta forma al personaje de Susana San Juan de la novela. Ella fue el gran amor de Pedro pero, luego de su muerte, él – lleno de rencor y dolor- juró vengarse de todos porque en vez de guardar luto se encontraban de fiesta, “me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre.
¿Cuál es el hambre que seguimos padeciendo hoy? ¿Hambre de verdad? ¿Hambre de unión? ¿Hambre de justicia? En realidad una gran parte de la sociedad continúa aún de duelo.
Con una actitud semejante a la de Páramo, la hoy vicepresidenta y todos sus allegados y socios políticos se han presentado desde el 18 de enero de 2015 de manera desafiante, orgullosa y decidida a hablarles sólo al sector de la población que pondera una sola versión de este magnicidio: la del suicidio.
Luego de ocho años sin culpables directos y con una denuncia todavía siendo investigada, se puede decir que esta Argentina sigue siendo la peor Comala pero de una realidad, no de una ficción. Aquellos que continúen negando los datos empíricos sobre la muerte de Alberto Nisman se están rodeando de espíritus como en la novela. A veces escuchar demasiado a los fantasmas es peligroso y confunde hasta el punto de creer más en ellos que en la memoria de una nación que – hoy por suerte – está más viva que nunca.