Por Gisela Colombo*
PARA EL FEDERAL NOTICIAS
Ningún género literario es más popular que el policial. Sin embargo, es uno de los más rígidos estructuralmente. En efecto, el policial clásico responde a una fórmula que se repite una y otra vez con variables argumentales, pero siempre fiel a la propuesta que invita al lector al desafío de resolver el caso a la par del detective. Cuando uno leyó alguna novela de Ágatha Christie, leyó todas. Y si tuvo la sensación de haber hallado la clave del relato y está seguro de quién es el criminal, fatalmente verá frustrada su hipótesis para conocer la deducción inesperada y genial del detective que nos dobla en inteligencia, capacidad de observación y conocimiento a los simples y falibles lectores.

Este convite hace de la lectura algo activo aun cuando el lector no tenga un interés estético o hermenéutico en el texto. Quizá por eso quienes no suelen leer ficción se inclinan a consumir, por excepción, relatos policiales. Y quienes aman la literatura, son críticos. Hay en ellos algo de ingenuidad. La repetición de algunos elementos huelen demasiado a fórmula: La infalibilidad del investigador, la ausencia de detalles que no sean definitorios para la resolución, la evidente programación racional de cada acción, descripción y personaje son rasgos que inspiran la parodia. Y, en este caso, eso mismo es lo que intentarán Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares en la novela policial que escribieron conjuntamente. Inspirada sin dudas en las novelas de detectives de origen inglés, ambos escritores utilizan la ironía y el humor para generar un texto paródico. El mismo Bioy ha contado cómo se divertían con Borges en ocasiones como ésa, en las que producían en coparticipación.
Debió haber sido un ejercicio divertido éste también. Quizá al ánimo de divertimento debemos la transformación de un personaje llamado Atwell en Atuel, refiriendo cómo paulatinamente se va despojando el relato de elementos anglosajones y acriollando la historia ridículamente. En este sentido, hay un referente. Borges y Bioy habían escrito con la firma de Santos Domecq un libro de casos policiales que resuelve don Isidro Parodi, un detective sui generis, vernáculo él y absurdo en sus circunstancias (está preso mientras resuelve casos de otros presos). Allí lo que mueve a risa es, entre otras cosas, la incongruencia con el intertexto literario foráneo e idealizado. Aquí el nombre de Atuel parece cumplir la misma función.
El texto relata un viaje del doctor Humberto Huberman (nombre que recuerda al personaje de Humbert Humbert, el pedófilo protagonista de Lolita de Navokov) que es un homeópata de clase acomodada. El hombre decide tomar un tren hacia la costa, hacia Bosque de Mar, una playa cercana a Ostende y aislada del mundo. Allí se alza un hotel cuyo dueño es tío de Mary y Emilia, los dos personajes femeninos de mayor importancia. La novela extiende su introducción más allá de lo acostumbrado y promediando sus páginas ocurre el hecho conflicto: Mary, solterona traductora que se hospeda también en el hotel, muere envenenada. Las puertas de la escena del crimen por una cuestión algo inverosímil en su casual oportunismo, han sido cerradas al mejor estilo Hércules Poirot.
Las tormentas de arena y viento impiden a los visitantes del hotel salir de él durante cuatro noches, momento en el cual se desarrolla la investigación del crimen. Y, como conviene a una ficción de Ágatha Christie, entre el número reducido de pasajeros ha de estar el asesino.
Hace un tiempo se estrenó una película que recrea esta novela en el cine. Su director, Alejandro Maci. La protagonizaron Guillermo Francella y Luisana Lopilato, quienes generaron una gran polémica con sus escenas de sexo en vista de que el público los sigue viendo como el padre y la hija de Casados con hijos.
Francella hace el papel de Huberman y Lopilato, el de Mary. Aunque no se trata del mismo personaje que en el libro. No es una mujer madura ni solterona. Es, en cambio una femme fatal, joven, hermosa y provocadora. Ella será la víctima del crimen rozando el tópico de la belleza tronchada antes de dar frutos, lo cual le da a la trama mayor efectividad y un tono más trágico que cómico. Este ingrediente amoroso que no existe en el texto original le concede a la película un interés extra y resulta efectivo para el espectador contemporáneo, que reclama como elemento sine qua non un romance y alguna escena de cierta explicitud sexual.
Y si el género ya era originalmente popular, con este ingrediente agregado por guionista y director, el relato se torna incluso más atractivo.
En suma, la película es un buen entretenimiento, aunque su tratamiento no sea en absoluto paródico, no suponga un lector conocedor de la repetición ridícula de una fórmula, una detección de los juegos de palabras y las ironías que plagan el texto, ni ninguna de las sutilezas que han divertido a los escritores imaginando su recepción. El libro es mucho más que un entretenimiento y bien podría utilizarse para aprender las características propias del género y aquello que debe evitarse si se aspira a la originalidad.
*Gisela Colombo es Licenciada en Letras. Ha escrito novelas, poemas y adaptaciones de obras de teatro. Ha colaborado en suplementos literarios y culturales. Es columnista en diferentes publicaciones mientras continúa con su labor docente.
Instagram: @gisela.colombo