Por Martín G. Rostand para La Data Mza.
Desde que entraron en vigencia en nuestro país el decreto N° 297/2020 anunciando el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, comenzamos a vivir una realidad que, si nos la hubieran planteado como hipótesis imaginaria una semana antes de su publicación la hubiéramos descartado por absurda y de imposible cumplimiento.
Pero el tema es que aquí estamos, adecuándonos como podemos a lo que nos toca vivir, mientras en la sociedad se van abriendo grietas que complican aún más la circunstancia.
Mucho se ha jugado con esta falsa dicotomía de Vidas Vs. Economía, acentuada desde la última extensión del ASPO con otra peor que plantea Muertes Vs. Cuarentena.
Desde las filas de la militancia oficialista si sindica a los que reclaman desesperados por una apertura del encierro como poco menos que personeros de la Parca. Insensibles. Desestabilizadores
Lo que a todas luces es una falta de sensibilidad es no advertir que muchos ya ven como muy cercana la posibilidad de perder lo poco o mucho que han conseguido con años de sacrificio.
Pocas cosas en la vida son más angustiantes que esa aciaga sensación de pérdida y desamparo, a pesar de los enojos del presidente con el tema de las angustias, a las que parece tener catalogadas entre correctas y equivocadas.
En el transcurso, se prohíben en una endemoniada mezcla de órbitas municipales, provinciales y nacionales cosas que eran imprescindibles antes de la pandemia, como la obligación de trabajar, de sostener la propia existencia o de transitar, entrar o salir libremente, ya no del país sino de cualquier provincia o municipio.
El tema es que esta concatenación de enrevesadas disposiciones, la mayoría de ellas necesarias y aceptadas en un principio, con el correr del tiempo se valoran de otra manera y se hace cada vez más evidente su colisión con principios fundamentales de la Constitución.
Los hechos han puesto al descubierto la carencia que sufrimos en el dominio de nuestra Ley Suprema, un tema que hace algunas décadas se estudiaba en las escuelas primarias y que hoy, prácticamente ha desaparecido de las conversaciones cotidianas.
La Constitución Nacional. Su preámbulo y sus preceptos son una materia extraña para la inmensa mayoría de los argentinos.
Por eso, cuando hoy se cita cualquier cosa que tenga que ver con la Carta Magna, dicha alusión es percibida por la mayoría como una abstracción casi fantasiosa y lo más peligroso: innecesaria.
Quizás, en esa casi absoluta ignorancia de nuestra sociedad sobre esos imperativos fundacionales esté lo más profundo de la raíz de nuestros males.
Muchos se jactan de ser profundamente democráticos, pero difícilmente puedan contestar con seguridad y rápidamente cuántos artículos componen la Constitución Nacional.
Y no se trata aquí de una cuestión numérica sobre las disposiciones y el articulado, sino que cualquiera que alguna vez hubiera sostenido ese pequeño librito en sus manos y lo hubiera leído en toda su extensión, podría responder algo aproximado, al menos.
Pero no; muchos ignoran cuántos artículos tiene la Constitución porque la mayoría jamás la ha leído.
Y no se puede cumplir ni hacer cumplir lo que no se conoce.
La Constitución es la transcripción del pacto que hacemos entre nosotros para vivir en comunidad. Nos da las instituciones que nos gobiernan y establece las garantías inconmovibles para que se respeten los derechos que nos reconocemos y que nos reconoce la Humanidad a través de pactos internacionales incorporados a ella.
Pero no todos son derechos, sino que también hay responsabilidades y la primera, es conocerla y respetarla.
Ella es el reglamento de este juego que se llama República y Democracia.
¿Cómo podríamos jugarlo correctamente, si no conocemos esas reglas?
Buena parte de nuestros problemas se solucionarían automáticamente si todos cumpliéramos a pie juntillas lo que Alberdi soñó.
Cuando nadie cumple las reglas de un juego, supongamos por simple ignorancia, lo que se genera es un caos. Una batahola incomprensible que generalmente termina en trifulcas.
No hace falta imaginar lo que ocurre cuando no se cumplen las reglas por mala fe de quienes las conocen suficientemente, tienen responsabilidades concretas en su aplicación y claudican en el deber de su cumplimiento sin que Dios, ni la Patria ni nadie se los demande.
Porque lo que venimos padeciendo hace décadas, no es casualidad sino consecuencia de todo lo escrito más arriba.
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