FUNDACIÓN NUEVAS GENERACIONES- SEDE NEUQUÉN
Estadísticas oficiales ya comienzan a cuantificar los efectos de la cuarentena en la economía y, como era de esperarse, los números arrojan sobre la mesa una realidad muy delicada que muestra dos caras: por un lado, el desplome de la economía real y, por el otro, un gran deterioro de las cuentas fiscales del gobierno.
Si bien los efectos de la cuarentena son similares en todos países del mundo, a Argentina la encuentra en un contexto particularmente complicado. Los pésimos indicadores macroeconómicos que nuestro país mostraba con anterioridad al fenómeno del COVID no solo potencian el efecto de un shock económico de escala global, sino que además comprometen las posibilidades de una recuperación exitosa, es decir de un rebote post cuarentena que sea rápido y sostenido en el tiempo.
El Estimador de la Actividad Económica (EMAE) que elabora el INDEC muestra en marzo una contracción del 11,5% respecto al mismo mes del año anterior, siendo la caída de actividad más importante que el país sufre desde el año 2009 cuando era sacudido por los coletazos de la crisis mundial que tuvo origen en los Estados Unidos a causa de las hipotecas subprime. Este dato enciende las alarmas sobre todo teniendo en cuenta que en marzo sólo tuvimos diez días de cuarentena, pero lo más preocupante del indicador surge cuando se compara la actividad económica de marzo contra el mes inmediato anterior, aquí el desplome asciende a 9,8% arrojando la caída más pronunciada de la que se tenga registro desde que inició la confección de este reporte en 1994. O sea, esto indica que la crisis que atravesamos tiene dos características que la distingue de anteriores, una es su magnitud y la otra es su velocidad.

Por el lado de las cuentas fiscales, la dinámica de los datos también es preocupante porque muestra un aumento importante del déficit fiscal, el resultado financiero acumuló un rojo de casi $600.000 millones en el primer cuatrimestre que equivale aproximadamente a 2 puntos del PBI. La explicación es sencilla, los ingresos se desplomaron y los gastos se multiplicaron.
Los gastos corrientes del Estado Nacional, los cuales se habían incrementado 5% durante el primer trimestre, en abril se dispararon 35%. Y en cuanto a los ingresos, que ya durante el primer trimestre mostraron una tendencia a la baja cayendo 10%, durante el mes de abril se hundieron 22%. Es decir, en abril los gastos se multiplicaron por 7 y los ingresos cayeron más de dos veces de lo que ya venían cayendo durante los primeros tres meses.
Si bien es cierto que esta misma dinámica la sufren casi todos los países del mundo, en un contexto como el argentino en el que la inflación anual de dos dígitos y el estancamiento económico conviven desde hace diez años y en el que el Estado solo puede recurrir a la impresión de moneda para financiar sus agujeros fiscales, la situación se vuelve muy peligrosa.

Mas allá de los datos expuestos, hay que destacar que el COVID no generó nuevos problemas en la economía argentina, sino que profundizó y aceleró los que ya existían. En ese sentido, las políticas económicas que plantea la actual gestión de gobierno van a cosechar resultados que profundicen las problemáticas en lugar de subsanarlas. Mientras mayor sea el agujero fiscal mayor será la caída económica porque más alta será la inflación y más altos serán los impuestos, ergo menor será la inversión y, por lo tanto, menor la creación de riqueza y menor será la recuperación. Hoy la coyuntura sitúa a Argentina en una situación límite que sólo tiene dos finales posibles: uno es una crisis económica sin precedentes y el otro una reforma integral que marque las bases para un despegue rápido y sostenible. Siempre estaremos a tiempo de hacer lo correcto, pero mientras más se tarden en tomar las decisiones correctas mas capital se destruirá, más pronunciada será la caída y más duro será el proceso de recuperación.
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