El domingo fue el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Hubo afiches con diarios encadenados y con candado, y gente con barbijos convertidos en mordaza que decían: “Lee noticias confiables”. La certeza de que “un periodismo responsable, valiente e imparcial son el mejor antídoto contra la desinformación”.
El gran escritor español Javier Cercas denuncia que “hoy no basta contar la verdad, hay que destruir la mentira”.
Vamos a decirlo con toda claridad: sin libertad de prensa no hay democracia. Es lo primero que los autoritarios de todas las ideologías intentan cercenar.
El Foro de Periodistas Argentinos (FOPEA) encabezó su informe anual con un concepto que resume todo en estos momentos de pandemia: “Cuando aumentan las necesidades, son aún más importantes las libertades”.
El profesor Fernando Ruiz, que preside esta asociación que nuclea a 500 periodistas de todas las provincias, planteó que el objetivo es “poder contribuir a hacer efectivo el derecho de todos a opinar, proponer, criticar, vigilar, calificar e influir”.
Cuando se censura a un periodista o a un medio, se está callando la posibilidad de expresarse de un sector de la sociedad. Cuando se cierran las puertas de la libertad de prensa, se abren las de todos los totalitarismos.
Y si el periodista es fiscal del poder (de todos los poderes) y abogado del hombre común, se coloca en el lugar ético que corresponde. Siempre debemos dar la información más seria y rigurosa. Pero la mirada de esos hechos debe ser desde el lugar de las víctimas y no desde los victimarios. Eso hace que nos equivoquemos menos. Es nuestro deber iluminar la corrupción pública y privada que suelen crecer en la oscuridad y también la ineficiencia de los que mandan y los delirios monárquicos de los que quieren controlarlo todo y que nadie los controle a ellos, como intentó Néstor y sigue intentando Cristina.
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