Se trata de una escultura de aproximadamente 6 metros de alto y 13 de ancho, construida con mármol de Carrara, que llegó a la Argentina desde Italia a finales de 1902.

El intendente de la Ciudad de Buenos Aires era Adolfo Jorge Bullrich; fue él quien le encargó el monumento a la artista Dolores Candelaria Mora Vega, que se encontraba estudiando en Italia con el pintor Francesco Paolo Michetti y con el escultor Giulio Monteverde. El monumento representa el nacimiento de la Diosa de Venus, que es asistida y sostenida por dos criaturas que dan nombre a la obra: las nereidas. Estas ninfas del océano, hijas del dios del mar, Nereo, representan en la mitología griega, además de belleza y seducción, cierta compasión por los navegantes y la humanidad. La fuente la completan tres tritones montados en sus caballos, emergiendo del agua.
La escultura de Lola Mora fue presentada al público el 21 de mayo de 1903, y trasladada quince años después a su actual ubicación, en la Costanera Sur, por las críticas que generaron los desnudos de la escena. A pesar de los vaivenes, la obra fue declarada Bien de Interés Histórico Artístico Nacional en 1997.
La propia artista expresó: «No pretendo descender al terreno de la polémica; tampoco intento entrar en discusión con ese enemigo invisible y poderoso que es la maledicencia. Pero lamento profundamente que el espíritu de cierta gente, la impureza y el sensualismo hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura».
Talentosa, misteriosa y empoderada
Dolores Candelaria Mora Vega, más conocida como Lola Mora, llegó al mundo en abril de 1867, en la provincia de Tucumán. Luego se cuenta que fue bautizada en la localidad salteña de El Tala. Se dice que ella siempre se sintió tucumana. En esas tierras precisamente, la pequeña Lola comenzó sus estudios primarios, en el Colegio Sarmiento, y su vocación de artista afloró temprano, destacándose en materias como dibujo y piano.
Conoció al pintor italiano Santiago Falcucci. Con él, Lola Mora tomó varias clases en las que profundizó sus conocimientos de pintura y dibujo. Sobre todo, las técnicas que venían del neoclasicismo y el romanticismo europeos. A partir de ahí, y algo bastante peculiar en la historia de una mujer de aquella época, la joven Lola comenzó a retratar a distintas personalidades de la alta cuna tucumana. De este modo, ingresó a cierto círculo del poder de aquella provincia y los diversos encargos no se hicieron esperar.
Viajó a Buenos Aires para solicitar una beca y perfeccionar sus estudios en Roma. La ganó y allí se fue a estudiar con el pintor Francesco Paolo Michetti y con el escultor Giulio Monteverde, quien era conocido por aquel entonces como «el nuevo Miguel Ángel». Monteverde observó el gran talento que Lola tenía para esculpir que le aconsejó no abandonarlo. Lola, entonces, sí abandonó la pintura para convertirse puramente en una escultora.
Después de cosechar otros éxitos artísticos en distintos países de Europa (en París logró ganar una medalla de oro por sus piezas), volvió a la Argentina 1900. Con su retorno, también volvieron los encargos.
Realizó la emblemática Fuente Monumental de las Nereidas, para ser dispuesta en la Plaza de Mayo de la Ciudad de Buenos Aires, justo frente a la Catedral. El problema es que este conjunto de divinidades de la mitología romana mostraba la desnudez de los personajes femeninos. Los moralistas de ciertos sectores porteños sostuvieron su descontento. Es por eso que, para evitar el escándalo, se la emplazó en la Costanera Sur.
De su vida íntima se sabe poco y abundan los rumores. Algunos dicen que fue la amante de Julio Argentino Roca, un gran amigo y mecenas de Lola. También se dijo que la artista tenía inclinaciones bisexuales. Lo cierto es que a sus 42 años se casó con un empleado del Congreso Nacional, Luis Hernández Otero, 17 años más joven que ella, y de quien se separó a los cinco años de casada.
Realizó los bustos de varias personalidades de la política y la aristocracia argentina, como Juan Bautista Alberdi, Facundo Zuviría, Aristóbulo del Valle, Carlos María de Alvear y Nicolás Avellaneda. También trabajó con las alegorías: las estatuas de La Justicia, El Progreso, La Paz y La Libertad, en las cercanías a la Casa de Gobierno de la Ciudad de Jujuy, y algunas esculturas en el Monumento Histórico Nacional a la Bandera, en la ciudad santafesina de Rosario.
En su memoria y a modo de homenaje, se instituyó oficialmente el 17 de noviembre el Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas.