
Por Sergio Capozzi
Para El Federal Noticias

EL 1ro de mayo de 1853 los diputados de las provincias argentinas (excepto los de Buenos Aires), reunidos en santa Fe sancionaron la Constitución Nacional, con el objetivo de constituir la unión nacional, afianzar la justicia y consolidar la paz interior. Es que nuestro país venía de guerras intestinas, secesiones, tiranías que evitaban alcanzar el objetivo soñado en mayo de 1810, declamado en varios intentos posteriores pero siempre pendiente.
Pocos años más tarde la provincia de Buenos Aires, reguero de sangre mediante, se sumó a este proyecto moderno, ejemplar para el mundo que había tomado entre otros antecedentes a la Constitución Española de 1812, La Pepa, esa que había fascinado al Padre de la Patria.
En 1810 un grupo de destacados vecinos de Buenos Aires, impulsaron una revolución que, como primer objetivo tenía el libre comercio. Tal fue así que, se tardaron seis años para que, con el impulso de San Martín, Belgrano y otros patriotas, se declarara la independencia de las Provincias Unidas del Sud que, si precisamente algo no tenían era ser unidas. La primera Constitución tenía dos objetivos, la independencia y la libertad. El resto de las garantías y derechos y fundamentalmente la consolidación de una república tendrían que esperar.
El precio que se pagó por la demora en lograr la unidad nacional fue carísimo: se perdieron los territorios del Paraguay, Alto Perú y la Banda Oriental. Este último como consecuencia de las provincias dejaron sola a Buenos Aires luchando contra el imperio brasileño.
A los obscuros años del anarquismo le sucedieron dos décadas bajo el irregular gobierno de Juan Manuel de Rosas hasta que, el 3 de febrero de 1852 su ejército fue vencido por el ejército Grande, bajo las ordenes de Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos y a la sazón, el hombre más rico de la región, seguido por su vencido.
Transcurrieron 43 años desde la Revolución de Mayo hasta que Urquiza tomó la decisión de organizar estas tierras bajo un régimen democrático, federal y republicano y, para hacerlo, recurrió a Juan Bautista Alberdi. Este jurista había escapado de la persecución de la Mazorca, radicándose primero en Montevideo y luego en Valparaíso. Durante más de veinte años se había dedicado a estudiar derecho constitucional. Sus escritos se publicaban regularme en revistas especializadas y en periódicos chilenos. Curiosamente, su principal crítico era otro argentino que vivía en Santiago, Domingo Faustino Sarmiento.
De regreso a la Patria, con su obra maestra, Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina, bajo el brazo y junto a su viejo amigo y colega Juan María Gutiérrez, se puso a escribir la que sería la Carta Magna y columna vertebral de la Nación que, durante ochenta años jamás fue violentada.
La organización por él soñada y concretada, posibilitó que la Argentina se convirtiera en uno de los países con más alto porcentaje de alfabetización. El comercio creció de tal forma que en treinta años estas tierras remotas fueron el destino elegido por millones de inmigrantes y que el país llegó a ubicarse como la séptima economía del mundo.
Alberdi tenía tres obsesiones: libertad, poblar y educar.
“La democracia es la libertad constituida en gobierno, pues el verdadero gobierno no es más ni menos que la libertad organizada… El Estado es libre en cuanto absorbe y monopoliza las libertades de todos sus individuos, pero sus individuos no lo son, porque el gobierno les tiene todas sus libertades…La libertad no es una mera idea, una linda abstracción, más o menos adorable. Es el hecho más práctico y elemental de la vida humana. Es tan prosaico y necesario como el pan. La libertad es la primera necesidad del hombre, porque consiste en el uso y gobierno de las facultades físicas y morales que ha recibido de la naturaleza para satisfacer las necesidades de su vida civilizada, que es la vida natural del hombre, por excelencia.”
Le preocupaba sobre manera el crecimiento del Estado y que éste llegara a asfixiar al individuo. Decía: ¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra. En efecto, ¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza.”
“El Gobierno es una necesidad de civilización, porque es instituido para dar a cada gobernado la seguridad de su vida y de su propiedad. Esta seguridad se llama y es la libertad. El gobierno no ha sido creado para hacer ganancias, sino para hacer justicia; no ha sido creado para hacerse rico, sino para ser el guardián y centinela de los derechos del hombre, el primero de los cuales es el derecho al trabajo, o bien sea la libertad de industria.”
¿Tenía actitudes o razonamientos cuestionables? Por supuesto, como cualquier pensador que fija posición y más aún si se lo juzga por lo dicho en el siglo XIX con una vara del siglo XXI. Él bregada por la inmigración europea, consideraba que poblar el inmenso territorio con labradores y colonos de aquellos lares serviría para enseñar nuevas técnicas a los gauchos y rotos, con por esos tiempos se los llamaba a los nativos. Y muy equivocado no estaba, sino miremos la patria gringa: Córdoba, Mendoza, Santa Fe, poblada por esas gentes que huían de las hambrunas y llegaron gracias a la ley Hogar de 1888.
Sostenía que las sociedades que esperan su felicidad de la mano de sus gobiernos, esperan una cosa que es contraria a la naturaleza y agregaba que debía “darse al Ejecutivo todo el poder posible, pero dárselo por medio de una Constitución. Lo peor del despotismo no es su dureza, sino su inconsecuencia. Sólo la Constitución es inmutable.”
Hablaba sobre los enemigos imaginarios, aquellos que son creados por gobiernos dictatoriales, para sembrar el miedo y tener al pueblo bajo el dominio del terror. “El exceso de poder es un crimen y no hay asamblea que convierta el virtud un crimen.”
Pasaron 169 años desde la sanción de la Constitución Nacional y esas bases hoy, crujen.
Alberdi soñó un pueblo educado y rico. Las primeras décadas del siglo XX nos regalaron varios premios Nobel, educadores y científicos de prestigio mundial, investigadores, literatos, músicos, artistas plásticos. Hoy son un recuerdo, salvo contadas excepciones. La deserción escolar ha alcanzado niveles alarmantes, un mínimo porcentaje de estudiantes universitarios concluyen sus estudios. Y en cuanto a país rico, 50% de la población es pobre, y ese porcentaje llega al 75% entre los niños. El sueño de Alberdi se convirtió en pesadilla.
La celebración de un nuevo aniversario de la sanción de la Constitución coincide con el día del Trabajador. Sus derechos recién se vieron específicamente protegidos con la reforma de 1949, ratificados poco tiempo después por la inclusión del artículo 14 bis. Queda mucho por hacer. Lejos de haber avanzado retrocedimos sin entender el dinamismo de la humanidad, leyes laborales duramente estancadas sostenidas por gordos y ricos sindicalistas a los cuales no les importa que la mitad de la fuerza laboral sea irregular, otros precarios y bajo figuras oscuras como el monotributo se oculte fraude y precariedad.
Desde principios de año la inflación ha superando el 20% impactando de manera brutal en el bolsillo de todos, pero es mucho dura con la clase trabajadora, esa que nuestro gobierno dice proteger cuando su único interés es evitar condenas penales y no perder las próximas elecciones.