Por Victorina Samper
Para El Federal Noticias
En nuestro país, algunos conflictos nos generan la sensación de un deja vú. Ningún argentino que se precie de tal desconoce los problemas económicos, el descontento público, las protestas o las renuncias ya que son puntos en común de diversas crisis sufridas en distintas ubicaciones témporo-espaciales de la nación desde que fue fundada. A pesar de ello, no todos los ciudadanos han visto al primer mandatario huyendo en helicóptero y dejando acéfala a la República como ocurrió en los episodios del 2001. En aquel entonces, la población experimentó el peor panorama.
Teniendo en cuenta tales acontecimientos y el refrán popular que reza “de los errores se aprende”, podríamos afirmar que aquellas dificultades no volverían a ocurrir y que, en el futuro, los habitantes encontrarían estabilidad en su situación.
Sin embargo, el contexto actual, que no es nada prometedor, nos interpela a nosotros mismos sobre cuál de los caminos posibles tomará nuestra Argentina. Los historiadores sostienen que la importancia de su disciplina reside, principalmente, en buscar en el pasado las claves para estudiar el presente y no repetir las equívocas decisiones: por ello, me interesa analizar comparativamente la crisis de 2001 y los fenómenos que estamos afrontando durante el 2022.
El 24 de octubre de 1999 se llevaron a cabo las elecciones presidenciales para reemplazar al Presidente Carlos Saúl Menem, luego de diez años de gobierno. La fórmula victoriosa para el período 1999-2003 fue, con el 48.37% de los votos, la Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación, una coalición entre la Unión Cívica Radical y el Frente País Solidario encabezada por Fernando de la Rúa y Carlos Álvarez.
Desde el comienzo de las funciones, su desempeño estuvo signado por dificultades, ya que la Argentina heredada no estaba en las mejores condiciones. Lo cierto es que, a casi un año del triunfo y después de un tiempo de desencuentros entre De la Rúa y Álvarez, este último renunció a su cargo. Y, de allí en adelante, todo fue en debacle. La imagen positiva del presidente descendía a medida que la del liberal Domingo Cavallo y la opción de dolarizar, aumentaban. En enero de 2001 y en lo posterior a unas cuantas complicaciones para definirlo, se firmó con el Fondo Monetario Internacional el famoso “Megacanje”, una transformación de la deuda con vencimiento próximo, por una deuda con un vencimiento a mayor plazo. En los próximos meses, se incrementaría el valor de los servicios, crecería la presión tributaria para una mayor recaudación, se desencadenarían piquetes, saqueos a supermercados y otros locales de venta. Y, mientras tanto, el país habría de lidiar con una muy anhelada clasificación al Mundial de Fútbol y el intento de realizar eficazmente un censo poblacional. En diciembre, el “corralito” ⸻una restricción de retiros de efectivo en los bancos que dejó a muchos ahorristas despojados de su dinero⸻, la declaración del Estado de sitio y, finalmente, la huída de De la Rúa que fue seguida de una sucesión de cuatro presidentes en once días: Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde.
Aproximadamente veinte años más tarde, varios de los puntos previos se repiten. El 27 de octubre de 2019, al terminar el mandato del Presidente Mauricio Macri, tuvieron lugar las elecciones presidenciales que colocaron en el poder, mediante el 47,79% de los votos, al Partido Justicialista, representado por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.
A imagen y semejanza de lo ocurrido con respecto a De la Rúa, Fernández y Fernández se posicionaron al mando de una nación no muy organizada en el plano económico. No obstante, el desorden fue empeorando con el paso del tiempo. Al día de hoy, el vínculo entre el presidente y la vicepresidente está resquebrajado y, al decir de Ceferino Reato (2021) acerca de De la Rúa y Álvarez, es un golpe en el que pierden los dos, y también el país.
La inflación es altísima, la capacidad adquisitiva de los habitantes decrece sin cesar y el gabinete económico está abocado a crear nuevos instrumentos para gravar a la población, como son el aumento de las tarifas de los servicios y los Impuestos PAÍS y a las Grandes Fortunas. También es amplia la disconformidad social, que se manifiesta aún en piquetes pero ya no en saqueos, los cuales han sido reemplazados por marchas o acampes en los que se reclaman más planes sociales ⸻herramientas de la política pública que no existían en la Argentina de principio de siglo⸻. El Fondo Monetario Internacional presiona para que la deuda sea saldada, el Ministro de Economía se reúne para idear un acuerdo con sus miembros y los legisladores nacionales debaten incesantemente si es correcto aprobar o no tal proyecto. En ese espacio en particular, avanza en relevancia y adherentes la figura de Javier Milei, un liberal de características ligeramente similares a Domingo Cavallo, que igualmente defiende la propuesta de dolarizar.
Al mismo tiempo, nuevamente el gobierno se dedica a llevar a cabo un censo nacional. Y la Selección Nacional de Fútbol acaba de lograr su cometido: la clasificación al Mundial de Qatar del presente año.
Ya un poco sugestionados por las coincidencias entre ambos panoramas, los espectadores de la política nacional nos preguntamos: ¿qué nos queda? ¿esperar una ruina de la índole del 2001? ¿o tener fe en que lo aprendido hace unos años cambiará la ecuación y evitará el desastre? El veredito queda en cada uno de los argentinos. Solamente esperemos que entre las similitudes no se cumpla la del Mundial y podamos, en cambio de regresar en primera ronda, hacerlo después del último partido y con la Copa en mano.