Sócrates era consciente de la ignorancia de todas las personas pero tenía fe en la capacidad que la humanidad para aprender. Educaba tanto a los aristócratas como a los esclavos, porque los veía como iguales y capaces. Para él, el conocimiento era un gran poder y quería empoderar a las personas con las capacidades para adquirirlo.
El conocimiento es el poder que tenemos en contra de los gobiernos totalitarios. Ellos quieren suprimir a las personas porque saben el poder que éstas tiene. Y puede ser muy intimidante, no siempre las personas en masas toman las decisiones correctas. Pero es el precio que se debe tomar para dejar que las personas florezcan en libertad.
Día tras día, la pandemia del COVID-19 continúa cobrándose vidas, infectando a miles de personas, transformando las dinámicas sociales e impactando trágicamente en los sistemas de salud y en la economía mundial. Aquí no pretendo, sin embargo, enfocarme en la grave crisis sanitaria (que ya está en manos de expertos), sino en dos efectos colaterales por demás peligrosos, pero subestimados en el debate público: el autoritarismo y la discriminación.
Un pueblo con temor es más propenso a aceptarle al Estado prácticas coercitivas, sumamente restrictivas de derechos constitucionales y libertades individuales.
El autoritarismo es un régimen político que abusa de su autoridad y se impone al poder sin un consenso por parte del pueblo. Este tipo de sistema puede estar al mando de un tirano, de un monarca absoluto, de gobiernos militares, de un líder de la élite o de un poder económico extranjero, que suprime todos los derechos humanos.
La democracia en varios países latinoamericanos está en declive, concretamente en aquellos donde, a pesar de ser elegidos sus gobernantes democráticamente, limitan los derechos civiles y políticos de los ciudadanos y se establecen de manera ilimitada en el poder, mediante la reelección indefinida, como en el caso de Venezuela, proceso que está replicándose en Nicaragua.
Estas crisis suelen ser buenas excusas para afianzar y naturalizar prácticas que pueden convenirles a los gobiernos, siempre tan deseosos de acumular poder y centralizar el control, pero resultar opresivas para la ciudadanía.
Para mí, la responsabilidad es un factor central para la democracia. Ser capaz de hacer rendir cuentas a los políticos, de cuestionarlos y criticarlos. Yo defino el autoritarismo como el sabotaje de la rendición de cuentas (fiscalización, control, castigo), haciendo que sea imposible eso [responsabilizar, cuestionar y criticar autoridades].
¿Cómo se sabotea la rendición de cuentas?
Se puede hacer de tres formas. Lo primero son los secretos, ocultar información al público. La segunda es mentir. No me refiero a mentiras accidentales, porque todo político hace un poco de eso. Me refiero a la manipulación política, a propagar la desinformación.
El tercer mecanismo es silenciar a las personas que están haciendo preguntas o siendo críticas. Esto sintetiza lo que para mí son prácticas autoritarias.Hoy, el Congreso no funciona y la Justicia funciona parcialmente. El poder del Estado lo ejerce mayormente una sola persona, el Presidente, y en menor medida los gobernadores locales. Hoy, los derechos como la propiedad, reunión, circulación y residencia, entre otros, se encuentran severamente restringidos. Hoy, el único control que hay es el del periodismo, en muchos casos con una responsabilidad republicana impecable, y en otros de manera lamentable, casi encontrando divertida la etapa autocrática que se está atravesando.
La pandemia es en sí misma un problema de gravedad, pero los efectos colaterales políticos y sociales deben también ser tratados con seriedad.
Pablo A Pilan
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